#5funeralselfies, Nerea Pallarés_Lugo
Ganador Premio Energheia España 2022
1: 1455
Todos podían contemplar el rostro del curandero. Las mejillas carnosas, los pómulos firmes, la cicatriz que dividía en dos el labio y poro a poro la incisión de cada arruga. La cera de abeja replicaba con suavidad melocotón sus facciones exactas. La máscara gemela, inmortal espejo, presidía ahora la gran sala. Debajo, todavía con el lecho caliente, estaba la verdadera cara del sanador, ya inerte, sobre la que se inclinaban a su vez diez cabezas de mujeres abrigadas con toca blanca. Vista desde arriba, la cama era el centro de un jardín de telas; la corola de una flor salpicada de pétalos que se mecían con el llanto.
Mientras las plañideras hacían su trabajo, el Artista analizaba el propio y se sentía satisfecho. Para la ejecución de la máscara mortuoria no había aceptado ni un solo maravedí; entendía que debía de ser una contribución voluntaria, el último agradecimiento al componedor de huesos que tantas dolencias había aliviado en el pueblo. El Artista se había exigido a sí mismo que la impronta fuera perfecta. Había dedicado varias horas al secado del vendaje y después a la extracción del negativo en yeso con celoso mimo. Todo había ido bien y ahora estaba feliz observando la precisión del resultado. La máscara estaba viva y atesoraba el aura. Era un éxito haberle ganado a la fugacidad, por fin.
Las plañideras apagaron su llanto a la hora en punto y el retrato en cera pasó a coronar entonces un salón enmudecido. Todos sabían que se había detenido el tiempo de la carne y que comenzaba el de la memoria. Pero Inés se resistía a aceptarlo. Cuando todo el mundo estaba ya en pie, ella continuaba arremolinada sobre la cama, incapaz de soltar la mano de su marido, que se había aferrado con tanta fuerza a la suya antes de irse. Tienes que dejar ir, le dijo Juana, tomándola del hombro con esa mezcla de determinación y suavidad de la que solo es capaz una amiga. Inés accedió y se incorporó al grupo, dispuesto en un amplio círculo alrededor del catre. Más tarde, a la señal del arpa, el nuevo curandero entró en la estancia. Se zafó de la capa de piel de oveja con restos de nieve y penetró en el interior del salón hasta ocupar el lugar de su padre. Todavía era muy joven, pero desde el primer día había mostrado buena voluntad para el aprendizaje y notables dotes sanadoras; la comunidad coincidía en que sería un digno heredero y que ya estaba listo.
Con las manos unidas, el grupo comenzó a moverse como una serpiente que se despereza al ritmo de la música. Deshojaron sobre el jergón los colores de todos los crisantemos silvestres que las muchachas habían recogido en el bosque y convirtieron el salón en selva, admirando con devoción la máscara cenital y preparados ya para el tránsito. Todos menos Inés, que por más que la contemplase no encontraba en ese pedazo de cera la mirada de su esposo. Ese día, llevada por el zarandeo de túnicas y hojas, tuvo una certeza privada y sin consuelo. Supo que el rostro era algo que solo pertenecía a los vivos. Entendió que cuando alguien muere se va de los ojos para siempre. Pero, recién estrenado el hallazgo, decidió dejarse guiar como un títere por la danza fúnebre sin decírselo a nadie. Al fin y al cabo, no era necesario porque, antes o después, todos sentirían lo mismo. Inés tuvo claro entonces que nadie iba a salvarse jamás del peso de la pérdida. Y la imagen de aquella máscara sin alma a la que le entraban por los orificios las polillas la acompañó hasta el final de sus días.
2: 2022
─Súper raro, tía. Te juro que si lo hubiese sabido no le habría dado like en Tinder. Pero es que parecía tan normal, en serio (…) Ya, ya, tal cual (…) Eso es, en la descripción del perfil deberían de incluir un aviso de weirdos, jajaja (…). En plan, algo que saltase como una señal luminosa, ¿sabes? (…) jajaja, sería lo más (…) Bueno, es que flipas con las cosas que se puso a contarme durante la cita… (…) Totalmente, en fin… Oye, Juana, ¿y qué haces hoy? ¿Tomamos algo más tarde o qué? (…) Buah, ¿en serio? Jo, lo siento muchísimo, tía.
Inés cuelga el teléfono, quedará con su amiga la próxima semana. No sabe si quiere contárselo todo. Se ha reído para no darle tanta importancia, como suele hacer, pero lo cierto es que sigue en shock. Lleva todo el día dándole vueltas a lo de ayer. Él llegó bastante puntual a la cita y desde que lo vio entrar, check: tan guapo como en las fotos de la app. El inicio fue muy bien, nada que le hiciese sospechar lo que vendría luego. Con la primera cerveza descubrieron que estudiaban en la misma universidad, Bellas Artes, Medicina, que ambos veían el mismo programa de televisión infantil en los 2000, una complicidad generacional que los hizo reír y liberar un poco los nervios del encuentro, con la segunda se examinaron los labios con anticipación todavía discreta y a ella le gustó el ademán tímido con el que se revolvía el pelo; con la tercera ya había decidido que quería liarse con él aquella misma noche.
Continuaron bebiendo en el salón de su casa y ella no recuerda con exactitud en qué momento él empezó a hablar de la dimetiltriptamina. Probablemente porque hasta entonces le había parecido que aquella era la típica charla sobre drogas, qué has probado, qué no, ¿has tenido alguna vez un viaje de DMT? Dicen que es el psicodélico más potente, que te induce a experiencias cercanas a la muerte. Pero no. Más tarde se dio cuenta de que ese chico le estaba hablando de algo distinto. Comenzó a disertar fascinado sobre los ladrones de tumbas. Muchas veces, dijo, son los propios trabajadores del cementerio los que asaltan las necrópolis. Cuando la prensa cubre esos sucesos los justifican diciendo que buscan algo de valor en los cadáveres. Lo que sea: anillos de oro, crucifijos, broches, porque son muchos a los que entierran con joyas. Lo que no saben es que el premio gordo es otro… Y reía y se detenía en la palabra «cadáveres» con excitación y todo eso a ella no le había pasado desapercibido ya en ese instante. ¿Por qué no se fue con alguna excusa entonces? El DMT, dijo él, ése es el verdadero tesoro de las sepulturas. Lo segregamos de manera natural cuando fallecemos. El psicoactivo más feroz consiste en morder el cerebro de un muerto. Es lo más parecido a estar del otro lado. Eso había dicho él con ojos brillantes. ¿Cómo mierda decidió ella comerle la boca aun así después? Porque lo siguiente fue caer tendidos en el sofá como dos cables enredados en múltiples pliegues, con las manos liberando la carne de la ropa. Me gusta tu piel, había dicho él, es tan blanca como si nunca hubiese visto el sol, como si todo este tiempo hubieses estado bajo tierra, y le repasó el contorno del brazo con la punta de la lengua mientras se le ponía más y más dura. La penetró agarrado a su cuello con ambas manos, mirándola a los ojos muy fijo, y cuando ella acompasó el movimiento con su pelvis, él dijo, no, no, no, tú estate muy quieta, no muevas ni un músculo, quédate tal cual como si estuvieses muerta. Y el haz de un flash la deslumbró en ese momento.
3: 1852
Cuando entró en el convento y vio a sor Juana, la madre superiora, el párroco portaba la canasta de la ofrenda, todavía visiblemente emocionado. Se han volcado con la causa, sor Juana, los fieles le tenían tanto aprecio… Y se le paró la voz en la garganta. En medio de la desdicha, le agradaba poder ser, al menos, el portavoz de una palabra de consuelo. Seguro que usted ha tenido mucho que ver, padre, atajó sucinta ella con una inclinación leve de cabeza por todo agradecimiento y recogió el dinero. A sor Juana, acostumbrada a resolver con diligencia todos los asuntos, le parecía que el cura, si bien era un buen hombre, adolecía de debilidad en el carácter, pero había llevado monedas más que suficientes para el pago y eso era lo que en aquel momento importaba: el fotógrafo estaba a punto de llegar y cobraba una fortuna. Nos reuniremos en el comedor cuando falte un cuarto para las doce, las hermanas ya están avisadas. ¿Y ella?, quiso saber el párroco y con su pregunta le sobrevino una imagen insoportable: un cuerpo inmóvil sobre el que revoloteaban las polillas en un lecho templado y por rostro el de la que había amado en secreto tantos años. Encontrará a sor Inés en la habitación del fondo.
Sor Juana lamentaba profundamente la pérdida de aquella que había sentido como una hermana carnal, pero el deber le indicaba ahora que la mejor forma de honrarla era dejar a un lado las sensiblerías y tener todo preparado para cuando llegase él. Así que fue al comedor, muyó con esmero los cojines, entre la loza buscó la vajilla buena y dispuso las tazas para el caldo, adornó la mesa con fruta fresca y, para cuando el reloj marcó la hora en punto y el fotógrafo llamó a la puerta, el banquete estaba ya servido. El Artista entró en la sala y pidió que trajeran el cuerpo. Siguiendo sus indicaciones, sentaron a la difunta sor Inés en el lugar central; a sendos lados la madre superiora y el párroco; alrededor, las otras siete monjas. No se muevan. Relajen el semblante. Debe ser una escena cotidiana, piensen cómo les gustaría recordarla. Quizás usted pueda, padre, coger la cuchara, sí, eso es; sor Juana, tome usted el rosario; y hagan todos como sor Inés, dijo el fotógrafo entre dientes riendo su propia broma, quédense muy quietos.
El Artista quiso agregar algunos retoques más para la toma, una rosa roja volteada, preciso símbolo de la juventud efímera, alisar el hábito de la muerta, ponerle un poco más de colorete para encarnar las mejillas sin rubor, con cucharillas de té abrirle los párpados, reacomodarle los ojos en las cuencas. Entretanto, guiadas por el párroco, las monjas iniciaron en voz alta una oración. Él sabía que lo que lo convertía en un verdadero artista de su tiempo era la visión: ser capaz de imaginar la toma antes de hacerla, componer la escena de todas las escenas. Tenía claro que, para imponerse a la muerte, debía ser la vida ─y nunca al revés─ la que se acomodase a la fotografía. Solo así podría dar testimonio ante la eternidad, quedar capturada para siempre sobre la plata pulida de un retrato alquímico. Y con esa certeza, el fotógrafo desapareció tras la cámara oscura mientras en la sala, proferido al unísono por todas las hermanas, retumbó un sonoro «amén».
4: 2022
─Los que parecen normales, son los peores, tía, esos son los primeros de los que hay que sospechar, jajaja (…) Tinder debería incluir la review de las usuarias que hayan tenido antes una cita con ellos (…) «Red flag, amigas» (…) ¿Te imaginas? Jajaja (…) Y tanto (…) Están todos fatal a estas alturas, pocos se salvan (…) Qué va, tía, hoy imposible: se murió mi abuela ayer y tengo que ir al entierro… Llevaba ya dos semanas ingresada y al final… (…) Ya ves, una movida.
Juana cuelga el teléfono, quedará con su amiga la próxima semana. En su habitación, hay un par de outfits extendidos sobre la cama, va a haber mucha gente y busca un lookazo para el funeral, se debate entre dos opciones: un top negro, ajustado y sin mangas, a juego con un pantalón negro de campana y talle alto; o bien un vestido negro aterciopelado, con una transparencia en el pecho que perfila un escote corazón. El segundo, se dice tras ensayar posibilidades ante el espejo. Quedará perfecto con las sandalias de plataforma y el labial anaranjado.
Una hora más tarde están en el tanatorio. Su madre le explica el protocolo: cada uno tendrá un momento a solas con la abuela para despedirse de ella; después se llevarán de aquí el cuerpo. Okey. Juana se encoge de hombros. No entiende el sentido de todo esto, pero tampoco le apetece preguntar. Mientras espera su turno, revisa vídeos de TikTok y stories en Instagram, su pulgar es un clic-clic-clic-clic con el que se sincronizan sus ojos. Al cabo de un rato siente la mano de su madre sobre la suya: Juana, te toca.
Entra en una pequeña sala y la ve: su abuela yace sobre un ataúd abierto. Han puesto muy próxima una silla para que los familiares más cercanos puedan estar a su lado por última vez. Juana se sienta y la mira: guau, la han maquillado súper bien. De hecho, el tono de pintalabios que lleva es justo el que estaba buscando. Coral, más sutil. De pronto se siente un poco choni: tenía que haber elegido uno así, se dice, pero ahora ya está. No sabe cuánto tiempo tiene que estar allí. Piensa que todo esto es de lo más random. Mira hacia la puerta y no se abre. Así que coge el móvil y activa la cámara frontal. La apunta hacia las dos y saca algunos selfies, ambas quedan traducidas a radiaciones numéricas. Algunos salen bien, otros movidos: uy, estos no, photodump total. Juana continúa disparando, esta vez probando filtros. A ella y a su abuela muerta les crecen entonces orejas de conejo, se les aniñan los rasgos y se les llenan de pecas las mejillas, la nariz desaparece y en su lugar se instala un corazón que irradia luz, se vuelven alienígenas, les sale un bronceado tropical, se les pone el pelo lila, llevan gafas de sol y se les llena el rostro de diminutos girasoles. Antes de abandonar la sala, Juana elige cinco tomas y las sube a Instagram: «día triste. la vida es dura bb. ciao grammie love u» y luego inserta el hashtag «5funeralselfies». En apenas cuatro minutos, ya acumula 143 likes. Se va contenta.
5: 2033
Sucederá un día, en una reunión de una multinacional, un gigante de las telecomunicaciones que estará compitiendo ferozmente con otro gigante de las telecomunicaciones por asestar el golpe definitivo sobre el tablero de juego. Habrá algunas personas presentes con su cuerpo de carne y hueso, como Inés y Juana, amigas y compañeras de trabajo, en cambio otras serán peces globo, mamuts, antiguas estrellas grunge de los 90, princesas Disney curvy, jupiterinos con tentáculos que flotarán en la estancia. Porque será una reunión de una compañía fresca y muy jovial que anime a sus empleados a ser «elles mismes», a proyectar su identidad en divertidos avatares del metaverso.
Escucharán el pitch tomando café aromatizado, bebidas détox y energéticas, algún isotónico. Se reirán lo necesario para poder decir que el ambiente es distendido, respetarán el horario programado y a las doce en punto será el turno del creador de contenidos digitales inmersivos: el Artista. Para entonces se habrá corrido ya el rumor de que trae preparado un bombazo. Empezará con un exordio, como le explicaron que debía hacer en sus años de formación para hablar en público. Dirá: «en los últimos tiempos, hemos intentado vencer a la muerte mejorando nuestro cuerpo a través de la tecnología, revirtiendo el envejecimiento celular con avanzadas técnicas de ingeniería genética. Y debemos admitir que, hasta la fecha, hemos fracasado». Para luego contraponerlo a: «porque nuestro error ha sido mirar en la dirección equivocada. Hasta hoy». Sabrá que es un buen giro y que en ese momento ya tendrá la atención de todos. Entonces, proseguirá: «la cuestión es que no se trataba de eliminar la muerte como posibilidad, sino de hacerla desaparecer como presencia constante en nuestras vidas. Vivir sin verla nunca más: ahora es posible. Os presento la Sweet AR Camera». Para ilustrar la creación de su lente, el Artista mostrará algunas imágenes a modo de ejemplo. Los asistentes entenderán lo que esta cámara es capaz de lograr al ser incorporada a las ya habituales gafas AR. Cada vez que el algoritmo detecte la presencia de la muerte en el campo visual del sujeto, la Sweet AR Camera la eliminará de manera automática. El portador nunca llegará a verla. Con las tomas que el Artista les mostrará en pantalla en ese momento, todos comprenderán que la nueva cámara recreará para ellos un lugar seguro. Se imaginarán entonces la placidez de un paseo por el campo eliminando de los ojos la visión del cementerio o de los pájaros caídos: el constante e incómodo recuerdo de que la muerte forma parte de la vida. La Sweet AR Camera será capaz de configurar una caminata dulce, una observación a la carta. El individuo podrá mirar alrededor tranquilo, sin tener nada de lo que preocuparse. Para finalizar su intervención, el Artista dirá: «Me he inspirado en un principio básico de la física cuántica que me encanta: la realidad no está predefinida, somos nosotros quienes la modificamos al observarla. Una vez que entiendes algo así, comprendes el sentido de una mirada personalizada del mundo en todos los aspectos. Con la Sweet AR Camera, de ahora en adelante, podremos ofrecer a todos los usuarios del metaverso la realidad que quieren ver: una en la que no haya ni rastro de la muerte».
En ese momento la sala será un paisaje sonoro de aplausos. Algunos harán chocar allí sus propias manos; otros activarán los sensores de movimiento para agitar en la estancia sus hologramas digitales. Todos querrán estrenar el juguete y hacerse una foto de grupo con la nueva Sweet AR Camera en ese mismo instante. La reunión será un éxito y el Artista sabrá entonces que esta visión es lo que lo habrá convertido en un verdadero artista de su tiempo. Inés y Juana saldrán en primera fila, sonrientes.