Dudas Razonables, Rubén García_Madrid
Menéndez me roba el corazón, pero Ruiz Galvache siempre tiene una palabra bonita para dedicarme en los peores momentos. López Abril, el pobre, también aporta lo suyo a mi corazoncito de mujer insegura. Si pudiera me liaría con los tres a la vez. Medio departamento de marketing durmiendo en la misma cama. Seríamos un equipo profesional sin fisuras, pero ahora que lo pienso mejor, quizá he de decidirme por uno solo. Sería lo más sensato. López Abril es el más guapo. Parece un actor de cine con esos ojos que te desnudan cuando te sientas ante el ordenador. Son como dardos dirigidos al centro de la diana. Sus silencios y su gestualidad hablan por los codos, ya lo creo. La otra mañana coincidimos en el ascensor y sentí un nerviosismo de adolescente, a mis treinta y nueve años. Casi hubiera deseado estar encerrada con una escafandra de submarinista para que no viera el rubor desbordándose por mis mejillas. “¿Vas abajo, verdad?”, le dije, como si a las cinco de la tarde pudiera detenerse en cualquier otro piso para hacer vete a saber qué… Idiota de mí, pensé, pero luego me miró el escote y la falda, y sentí como un temblor de tierra en el estómago. Descartado, me dije. Es demasiado seductor, y a mí me gustan los hombres tímidos y tiernos, entregados, y que no tengan dobleces ni se sonrían como amantes cum laudem. Me quedaría con Menéndez, aunque sus dos matrimonios frustrados y su alopecia incipiente me hacen recular. Aún no está descartado, pero en la cena de empresa de las navidades pasadas bebió más de la cuenta y se le vieron las costuras. Parece un hombre demasiado simple, siempre con el Marca bajo el brazo, y con ese olor a don Algodón que te transporta a los años de la adolescencia. Además, por coincidencia de apellidos, no sería una buena idea. Quiero tener hijos, y solo el hecho de que se apelliden Menéndez Menéndez me produce acidez de estómago. Quizá me quede con Ruiz Galvache. Pobrecito, es el más normal. No se le conocen aventuras de ningún tipo. Solo sabemos en la oficina que veranea todos los agostos en Benidorm con su madre que debe ser como una abeja reina y que le gusta el arroz a banda y los crepúsculos otoñales. Con su panza parece un oso en constante vaivén pòr la oficina, pero hay algún secreto que guarda para sí como oro en paño. De eso estoy segura. Desayunar a su lado es toda una liturgia cartesiana que no conviene perderse, como dicen mis compañeras. Primero el café cortado con leche caliente entre sus codos apoyados sobre la barra. El tenedor, a la derecha del plato, dos azucarillos junto al cuchillo para espolvorear el donuts y tres servilletas de papel dispuestas en abanico para limpiarse la comisura de los labios. Si te lías con él, me dicen las arpías de Maquetación, tendrás que resolver ecuaciones y andarte con algoritmos para echarle un polvo. Yo me río con sus ocurrencias, pero sé, en el fondo, que no les falta razón. Imagino su cuerpo sobre el mío y diciéndome espera… para echarse un spray de eucalipto en la boca mientras ensaya el orgasmo como un científico chiflado. Estoy hecha un lío. Sé que los tres me adoran, pero llevo ya año y medio calibrando la mercancía y al final se me pasará el arroz. Lo mismo que me sucedió con Venturini en el instituto. Lo elegí por la sola razón de que era el único extranjero matriculado en Bachillerato de Artes, y luego me salió rana o, mejor dicho, gay. Todavía me duele la imagen de aquel idiota restregándose con un ordenanza vestido de librea en el museo del Prado como efebos sin conciencia. Menos mal que la profesora les puso en su sitio y apeló a las normas básicas de convivencia y bla bla bla… Al final, como me dijo mi tía Conchi, me quedo para vestir santos, pero eso es algo que no se puede evitar. Antes muerta o solitaria como una salamandra que ir por ahí mendigando amor. Si alguien me quiere que me busque. Por ejemplo, ahora mismo, me apetece entrar en el despacho del director de Recursos Humanos, y creo que lo voy a hacer. Con la excusa de la campaña de la marca de coches que nos tiene a todos como locos, voy a irrumpir como una leona desmelenada, descalzándome y poniendo un pie en su entrepierna. Sé que le gustan las morenas y, además, en alguna que otra ocasión ha pasado a mi lado “rozándose accidentalmente” conmigo. El otro día ,sin ir más lejos, en la puerta de los servicios. La situación no fue muy cómoda. Yo entraba con mi dolor de ovarios y con una compresa en la mano para cambiarme, y él salía abrochándose el cinturón como un rinoceronte que acaba de aparearse en las charcas del Serengeti. Me miró a los ojos con sorna y se alejó acomodándose la bragueta con perfecta vulgaridad. Quizá esos ejemplares machos no merezcan la pena. Solo actúan como calmantes y sirven para un momento de urgencia, así que bien pensado me vuelvo a mi ordenador para seguir trabajando. Lo malo es que sé que no haré nada provechoso. Tengo mil archivos con chicos guapos, vestidos, desnudos, negros, astronautas empalmados, estibadores musculosos… Será mejor que me ponga a trabajar ahora mismo. Por ejemplo ese “Saquito de placer” que se anuncia desde una página web para mujeres , podría servirme. Quizá le abra una carpeta en el archivo y me decida a conocerlo en persona. Al parecer vive en Madrid y su cuerpo espectacular me está esperando muy cerca .Solo será cuestión de saber su precio. Pero ese detalle es menor. Sé de sobra que el amor es un valor bursátil como cualquier otro. A mí nadie me va a convencer con las pamemas del romanticismo. Los tiempos del corazón ahora se aceleran como los relojes. Solo hay que sincronizar las manecillas para saber cuál es la hora exacta del placer que tú eliges. En fin, debe ser que todo esto viene a cuento por el rollo de la globalización. Dios, las cinco menos cuarto y no he hecho nada en todo el día. Ahora me voy a ir al baño a repasarme los labios y a darme algo de color en las mejillas. Quizá con un poco de suerte Menéndez o alguno de mis aspirantes se avenga a invitarme a una copa en el pub de abajo. Hoy es viernes y no hay prisas. Además, la soledad en casa va a ser una estampida de leones salvajes, lo veo venir, lo malo es que yo seré la presa y no quiero seguir siendo el alimento gratuito mientras me paseo desnuda por el pasillo buscando la luz en las ventanas del salón y algún motivo para seguir viva.
Con doscientos eurazos he apañado la noche. Soy feliz. Acabo de aterrizar como un avión sin piloto sobre el cuerpo de “mi saquito”. Es dulce como la melaza y, además, hace el amor con el empeño infatigable de un toro de lidia. Tres polvos son más que suficiente para saber que el lunes, cuando vuelva a la oficina, llegaré con un rostro de princesa entronizada. Ahora solo tengo que relajarme un poco y tratar de negociar con este chucho que me mira con odio y desconfianza. No hace más que lamer la cabeza abierta de su amo, pero con el cuchillo que sostengo entre las manos, ya sabe él quién manda. Me voy a vestir lentamente, sin hacer aspavientos, y luego voy a guardarme en la chaqueta la bolsa de plástico con la flor de su virilidad como un esqueje. Abajo me están esperando los tres con impaciencia. Desde anoche han permanecido de guardia para velarme como caballeros andantes. Decididamente, Menéndez será el elegido para pasar la eternidad conmigo. Solo él ha sido capaz de darme una palmada en el hombro para animarme antes de subir al apartamento de mi latin lover. Nobleza obliga.