Los que huyen_Pablo Lobo_Mieres
_ Racconto vincitore Premio Energheia Espana 2013
Les digo que yo no le robé la trompeta. Fue él quien me la dio. Cómo iba yo a saber que aquel escapado había sido famoso. Solo los tarados conocen ya a los músicos. Me la dio él, y la conservé porque pensé que podía sacar unas monedas y comprar algo de vino. Yo aún no estaba borracho del todo cuando me lo encontré. No, no he estado nunca en el manicomio de Paseo de Gracia. En Poble Nou sí, fui hace unos años a visitar a mis hijos, pero no quisieron verme. Yo les cuento lo que pasó con el trompetista, claro que se lo cuento. Aunque es inútil porque ya tomaron su decisión, ¿no es verdad? Ustedes sabrán entonces el tiempo que quieren perder conmigo. Recuerdo que hacía frío, y que las putas de la avenida Gaudí andaban molestándome porque les hacía perder clientes si dormía en los bancos, así que me metí en el metro a pasar la noche. Yo quería nada más que dormir y no molestar a más nadie, pero entonces subió el negro aquel. Era muy grande y enseguida se sabía que era otro escapado, con el chándal blanco y sucio de orín por todas partes, y las manchas de papilla por el cuello y las mangas. Qué sé yo, a lo mejor llevaba ya mucho tiempo fuera o acababa de salir. Supongo que haría poco que se había fugado, si no no lo andaban buscando ustedes ni puteando con la trompeta dichosa. La llevaba en la mano y temblaba tanto que casi ni podía caminar. Yo qué iba a saber que aquel tipo lo iban a querer encontrar. Pensaba que les iba a dar igual, como a todos los huidos que hay en Sarriá, que duermen unos encima de otros. Si yo pudiera me iba a vivir a otra parte, Barcelona ya no es bonita para vivir. Recuerdo que mi padre me decía que a veces iban a la playa y comían pan con aceite y sal. Aquello era otra ciudad, cuando tengo algo de fuerza, a veces trato de imaginarla, ¿no lo hacen nunca ustedes? Seguro que sus jefes están contentos, han hecho un buen trabajo, eso no se puede negar. Pero el negro entró en el vagón en el que yo estaba, sí, sí, eso es, y se puso a hablar con una muchacha de los normales, y la muchacha rápido le dio un billete, para que el negro la dejara en paz. Pero el negro no la dejó en paz y dijo Now you’re in trouble y comenzó a cantar My Girl. Claro, todo tiene una explicación, yo era antes, al principio, profesor de inglés. El negro era enorme y se movía al ritmo del vagón mientras cantaba. La muchacha llegó a sonreír en algún momento, porque se notaba que el escapado había sido cantante antes, aún guardaba un poco de su antigua voz, que ahora sonaba como los posos del vino viejo. Entonces creo que el tren llegó a Penitents y él se desconcertó porque paró el vagón. ¿No les pasa a veces? A mí sí, cuando estás tantas horas allí dentro, parece que ya no te mueves, todo se para y ni siquiera te das cuenta de que van pasando las paradas y que estás de nuevo al principio, y pasa que otras veces, después de mucho tiempo, después de haber estado allí días, de pronto te despiertas, el tren se para y te da la sensación de que comienzas a moverte y te dan náuseas y el mareo va subiendo desde los pies hasta el estómago y la cabeza y no sabes ni diferencias entre cuando te mueves y cuando te paras. Pensarán que estoy loco, ¿eh? A quién quiero engañar, ya lo pensaban antes, como se suele decir, todos estamos locos, ¿no se suele decir eso? Ya era una cosa extraña que con cuarenta años no me hubieran metido todavía en un manicomio, como a todos los demás. Y ahora va a resultar que por una trompeta voy a ir. Si puede ser, me gustaría que me llevaran al de Sants, nací allí, en la casa de mis abuelos, y a lo mejor soy capaz de rescatar algún recuerdo. Sí, tienen toda la razón, sigo, tardó el negro en recuperarse del susto del tren parado, y cuando volvió en sí echó tres soplidos desafinados por la trompeta. Se giró hacia mí y me señaló con su mano grande y temblona. Le vi la pulsera blanca, con los pequeños agujeros, de nuestras queridas instituciones mentales. En la mano derecha sostenía la trompeta. Brillaba mucho y pensé que podría ser de oro. El negro era un hombre corpulento pero el jersey sucio le quedaba muy grande, estaba delgado y los dedos los tenía separados y cada uno temblaba independientemente, como si le costara señalarme pero quisiera continuar. Dijo Can you help me? I used to be a professional singer. Remarcó especialmente las palabras used to para que supiera que aún le quedaba algo de conciencia. Pero yo sabía que era un escapado desde el principio, empieza a ser difícil encontrar personas en los últimos tiempos, quiero decir gente que no haya estado nunca dentro. ¿Ustedes han estado dentro, son reciclados? Si son reciclados no se les nota, mis felicitaciones. La cuestión es que el negro sigue hablándome, balbuceando más bien, y tiene los ojos llorosos por el cansancio. Me recuerda a mi abuelo cuando se bañaba en el río, salía temblando del agua, era invierno e íbamos a bañarnos, con el humo del calor subiendo desde su cuerpo, y sonreía y le caían grandes gotas de agua desde las pestañas. Esto lo recordaré cuando me envíen a Sants, dicen que hay que llevar recuerdos allí, para no desfallecer. Seguro que llevaron alguna foto de sus esposas, cuando estuvieron allí, ¿eh? Si es que estuvieron, claro, nunca se sabe. El negro tenía los ojos húmedos como mi abuelo hace muchos años, y se movía con el vaivén del metro. I think you like Miles Davis, don’t you? Dijo después de un buen rato. Yo no sabía ni sé quién es Miles Davis, y por primera vez pensé en cómo había llegado aquel americano hasta Barcelona, por qué lo habrían metido en los manicomios y cuándo había escapado de ellos. Aquellas preguntas sin respuesta me dieron miedo, y pensé que me iba a atacar por no conocer a Miles Davis. Ahora pienso, saben ustedes, que me dio miedo porque se me había ido el vino de la sangre y necesitaba más. Pero cuando ya pensaba que me iba a golpear dijo que el tren hacía demasiado ruido the train is too loud como para tocar nada de Davis, y miró a ambos lados, de nuevo desorientado, asustado incluso, como si no pudiera complacerme por culpa del tren y la velocidad. Tenía los ojos acuosos y el lacrimal en sangre viva. Daba miedo aquel pobre negro loco y escapado. Entonces se agachó y me ofreció la trompeta, it’s for you, I don’t need it anymore. La cogí pensando que no tenía ningún valor y que podría comprar algo de vino con lo que sacara por ella. Les digo que yo no la robé, fue él quien me la dio. Me la dio como quien entrega una maldición. ¿Cómo, muerto? No parecía muerto cuando bajó del vagón y se fue. Después de darme su trompeta se apeó en la siguiente parada y no supe más de él. Nada más salir fui a venderla y ya allí ustedes vinieron y el resto bien lo saben. Yo no maté a nadie y menos golpeándolo en la cabeza. Quién iba a pensar que alguien en esta ciudad iba a preocuparse por un anciano huido que no vale nada, si están por toda la ciudad y nadie les hace caso hasta que de nuevo los mandan adentro. Yo no le hice nada ¿oyen? Solo quería un poco de vino y uno hace lo que tiene que hacer, me llevan si quieren al manicomio, pero a la cárcel no. No soy un delincuente, nada más la vida me trató mal, como a todos. ¡Ya les dije lo que pasó! Él me la dio, ustedes no lo pueden ver porque yo no soy capaz de explicarlo bien, pero se agachó ante mí, con los ojos aguados de mi abuelo, y me dio la trompeta, dijo yo no la necesito más, eso dijo. Así que qué mal iba yo a hacer sacándole un poco de vino a la trompeta. Ustedes no me creerán, pero yo fui un día un ser honrado, tenía mujer y tres hijos. Luego ya me quedé solo, bien solo como tanta otra gente, me acuerdo que el primero fue el de Paseo de Gracia, qué edificio tan hermoso hicieron para los locos. ¿Y si, y si les digo que sí, que yo lo maté, me llevarán ustedes al manicomio de Sants, donde la casa de mis abuelos? Una habitación con una ventana, aunque fuera pequeña. Quién sabe, a lo mejor aprendería incluso a tocar la trompeta, ¿qué se hace en esos lugares, lo saben ustedes? Dicen que se duerme mucho, aunque sea con los ojos abiertos. Que se duerme mucho. Si encuentran al negro, díganle que me haga una visita, y, sobre todo, no le develvan su trompeta, parecía tranquilo cuando me la dio. Bajó del tren, tambaleante, un poco desvalido porque ya no llevaba la trompeta en las manos, yo la miraba brillar entre las mías, deseoso de cambiarla ya por vino, y cuando el vagón de nuevo se puso en marcha levanté la vista y a través del cristal sucio vi que me miraba, que me seguía con la vista. Un momento en el que pensé que era verdad, que había sido cantante profesional hacía muchos años. Es necesario creer en los recuerdos de la gente, ¿no creen? Supongo que es lo único que queda, eso y los manicomios. Es una pena que ahora esté muerto, como ustedes dicen. Si les soy sincero no recuerdo haberle hecho daño a ese hombre, recuerdo eso sí sus ojos mirándome a través del cristal, antes de que el tren entrara en el túnel y en las ventanas hubiera solo oscuridad. Me miraba como mi abuelo que, nada más salir del río, para entrar en calor decía él, arrancaba dos grandes pedazos de pan y nos los comíamos allí mismo, en la orilla, ateridos con las toallas sobre los hombros, con las gotas de agua de la cara y los dedos mojando el pan que masticábamos en silencio, temblando ambos igual que las manos del hombre que me entregó su trompeta como quien ofrece el último trozo, eso es, el último trozo de pan en el frío del invierno.